El cementerio de Meidling, en Viena, no suele recibir muchas visitas de turistas. Más allá de ser uno de los más antiguos de la ciudad todavía en funcionamiento, no tiene mucho de especial. Los personajes ilustres que están enterrados allí lo eran —ilustres— solo a nivel regional, por lo que no puede competir con el enorme Zentralfriedhof, donde están enterrados Beethoven, Brahms y varios de la familia Strauss, entre otros personajes célebres. Y tampoco cuenta con la fama que da el cine, algo que la película “Before Sunrise” proporcionó en el año 1995 al Friedhof der Namenlosen, el “cementerio de los sin nombre”.

Sin embargo, el cementerio de Meidling tiene sorpresa y premio para quien se fije (y sepa algo de alemán): una lápida con la imagen grabada de un señor de lentes con bigote bajo el que pone Der Erfinder der Postkarte. “El inventor de la postal”. Nacido en Klagenfurt, un pueblo del sur de Austria, en 1839 y muerto en Viena en 1902. La lápida también nos dice que fue profesor. Y su nombre: Emanuel Herrmann.

Tarjetas Postales

Un invento con base económica.

De Emanuel Herrmann no se sabe demasiado, pero las pinceladas biográficas que han llegado hasta el presente desmontan enseguida la tentadora idea de que el inventor de la tarjeta postal tenía que ser un intrépido viajero. En realidad, Herrmann estudió Derecho y se dedicó principalmente a la docencia. Enseñó Economía en la Universidad Técnica de Viena durante 20 años y publicó varios libros sobre el tema. Y la idea que tuvo, considerada el inicio de las postales, tenía que ver con su formación económica: el objetivo era reducir costos.

La primera tarjeta postal no se envió desde una playa paradisíaca, sino desde la ciudad austriaca de Perg.

En enero de 1869, publicó en el periódico local Neue Freie Presse un artículo titulado Über eine neue Art der Korrespondenz mittels der Post (“Sobre un nuevo modo de correspondencia postal”) en el que proponía la posibilidad de enviar tarjetas del tamaño de un sobre por correo. En un lado, se escribiría la dirección; en el otro, el mensaje. Irían sin sobre, por lo que serían adecuadas para mensajes con “información ordinaria” como anuncios comerciales cortos, o recuerdos y saludos. Nada muy íntimo, personal o confidencial.

En aquel momento, según narran en la biografía de Herrmann en Austria Forum, una especie de enciclopedia sobre el país impulsada y mantenida por distintas instituciones austriacas, se enviaban en el recién estrenado Imperio austro-húngaro unos 33 millones de cartas al año. Las tarjetas postales serían todo un ahorro, defendía Herrmann: en cuestión de tiempo, al no tener que buscar papel, sobre y sello (este iría impreso ya en la tarjeta), y en cuestión de dinero. Además, abrirían mercado: las cartas seguían unas fórmulas de cortesía muy complicadas que no estaban al alcance de personas con un nivel de alfabetización básico. En las postales solo tenías que garabatear un mensaje de no más de 20 palabras, sin espacio para formalismos.

En septiembre de ese mismo año, una orden ministerial aprobó las Korrespondenzkarte, tarjetas de correspondencia, y el 1 de octubre de 1869 se envió la que se considera la primera postal de la historia. Viajó de la localidad austríaca de Perg a la de Kirchdorf, y tardó solo un día en llegar. El mensaje era breve y de carácter personal: el emisor preguntaba al receptor si le gustaría visitarlo. El Museo de la Comunicación de Berlín mostró recientemente la postal en la exposición Mehr als Worte. 150 Jahre Postkartengrüße (“Más que palabras. 150 años de saludos postales”).

El otro inventor

Llevarle la contraria a algo que está escrito sobre una lápida puede parecer una falta de respeto, pero en la actualidad está bastante aceptado que, si hay que poner nombre y apellido al ideólogo de las tarjetas postales, no habría que hablar solo de Emanuel Herrmann, sino también de Heinrich von Stephan, director general de correos del Imperio Alemán en la segunda mitad del siglo XIX. En 1865, cuatro años antes del texto de Herrmann, Von Stephan presentó en la Conferencia Postal Austro-Alemana una idea muy similar a la que describiría el economista austríaco poco después. Creía que las cartas tradicionales eran algo obsoleto y que era el momento de evolucionar hacia algo más eficaz y rápido: tarjetas postales que servirían para “cualquier tipo de comunicación”.

No especificar un tipo de mensaje para esas cartas abiertas y dar a entender que las cartas tradicionales con sobre debían desaparecer —al igual que habían desaparecido las tablillas de cera de la Antigüedad o los rollos manuscritos de la Edad Media— fue el error de Von Stephan, según defiende la autora australiana Esther Milne en el libro Letters, Postcards, Email: Technologies of Presence. La pérdida de privacidad que conllevaría esta nueva forma epistolar hizo que las tarjetas postales no fueran aprobadas en el Imperio Alemán en ese momento. No se sabe si Emanuel Herrmann conocía la propuesta de Von Stephan, pero su gran acierto fue especificar que las postales servirían para comunicaciones que no necesitaban ocultarse tras un sobre. Y que serían simplemente una opción más, no el sustituto de las cartas.

El éxito de las tarjetas postales fue enorme e inmediato. En los tres últimos meses de 1869 se enviaron en el Imperio Austro Húngaro tres millones de postales (y, pese a las advertencias y al antecedente alemán, muchas iban llenas de mensajes personales). En 1870, el formato fue aprobado también por las autoridades postales de Alemania (esta vez sí). En julio estalló la guerra franco-prusiana, así que desde la parte alemana las postales se vieron como una buena opción para que los soldados enviasen mensajes a casa.

Ese mismo año, las autoridades de Suiza y el Reino Unido también aprobaron las postales; en 1871, llegaron a Bélgica, Holanda, Dinamarca, Noruega, Suecia y Rusia. Por España ya circulaban en 1873. También habían llegado ya a Estados Unidos. En Estados Unidos, por cierto, ya en 1861 había patentada una idea similar. Se trataba de postales privadas —es decir, no las emitía el Estado— impresas por la compañía de H. L. Lipman, el dueño de la patente, y que estaban a la venta en algunos establecimientos. Sin embargo, su uso no se extendió hasta 1873, cuando el Servicio Postal de Estados Unidos empezó a producir y vender postales ya selladas. Hasta 1898, solo el Estado podía comercializar postales con el sello impreso directamente en ellas.

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Las postales con imágenes.

Ni la idea original de Herrmann ni la de Von Stephen incluían ilustraciones ni fotos, pero artistas y fotógrafos enseguida vieron el potencial: en 1870 ya se enviaban postales en las que uno de los lados estaba dedicado a una imagen. Como el negocio de las tarjetas postales se disparó con tanta rapidez, muchas pequeñas compañías impresoras empezaron a producir sus propias postales y algunas incluían imágenes o ilustraciones. Es muy difícil saber, sin embargo, cuál fue la primera en incluirlas. En su libro Pictures in the Post, the Story of the Picture Postcard, de 1959, el autor Richard Carline decía que era imposible verificar todas las teorías sobre cuál habría sido esa primera postal con imagen y quién la habría inventado.

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La época del surgimiento de las postales coincidió con las primeras décadas del turismo de masas, que se considera que nació en 1851, cuando el empresario Thomas Cook organizó el transporte de unos 150.000 turistas de Yorkshire y las Midlands a la Exposición Universal de Londres. La aparición de las tarjetas postales pocos años después enseguida encajó con ese nuevo mundo, por lo que no tardaron en relacionarse con los viajes y el turismo. La primera postal de la Torre Eiffel, por ejemplo, se envió en 1889, según informa el sitio web oficial del monumento.

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Pero está claro que no fue la primera postal turística, porque el envío podía ser internacional desde mucho antes: en 1874 se celebró en Berna (Suiza) el primer congreso de la Unión Postal General, precursor de la actual Unión Postal Universal, actualmente un organismo de la O.N.U. que se ocupa de mejorar y organizar los servicios postales. El objetivo principal del congreso era crear un sistema postal internacional para que cartas y postales pudieran cruzar fronteras sin tener que adaptarse a las leyes y tarifas de cada país. El congreso fue un éxito y a partir de entonces empezaron los envíos entre países.

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El responsable de organizar ese congreso, por cierto, fue Heinrich von Stephan. Su idea de unas tarjetas postales no prosperó hasta que la presentó un austriaco, pero ser recordado como el principal impulsor del sistema postal internacional (y como persona que introdujo el teléfono en Alemania) cuenta con logros muy loables.

Autor: Ana Bulnes

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